Crítica de Leni González para el diario La Nación de Un Tiro Cada Uno, obra de teatro de grupo CABEZA integrado por Mariana de la Mata, Consuelo Iturraspe y Laura Sdbar.
Sin reproducir la estructura que intenta denunciarse, sin revictimizar a las víctimas, sin discursos de correcta indignación, sin obviedad ni naturalismo: ¿cómo contar en un escenario el/los femicidios de cada día? ¿De qué manera desenmascarar al machismo? ¿Y cómo, lo más importante, se traslada la violencia de lo real a la violencia poética?
Sin miedo, las jóvenes autoras, actrices y directoras Mariana de la Mata, Consuelo Iturraspe y Laura Sbdar se lo preguntaron. Y de esa búsqueda nació Cabeza, el grupo de escritura feminista cuya primera obra es Un tiro cada uno, surgida a partir de la beca a la creación 2016 del Fondo Nacional de las Artes y que ahora, después de anteriores presentaciones en otros espacios, puede verse en el Centro Cultural Rojas.
En un extremo, el aro, el tablero y las marcas blancas en el piso del largo rectángulo; en el otro, el próximo a la entrada, los espectadores se ubican en ele. Nunca la sala Cancha llevó mejor su nombre. En ese club de básquet de Bahía Blanca, Ale, Nacho y P juegan el deporte estrella de su ciudad. Rocío, la hija de la lavandera, trabaja en el mismo lugar. Antes de la final del campeonato, los tres organizan un festejo al que invitan a la adolescente a su última noche con vida.
Después de investigar múltiples casos de femicidios e indagar las voces de la escritura colectiva, las Cabeza supieron que eran ellas quienes tenían que poner el cuerpo en escena. Ellas son Ale, Nacho y P, con sus camisetas y pelotas de básquet, dribleando en toda la cancha, lanzando pases, convirtiendo triples. Actrices que interpretan varones, extrañamiento que probó su eficacia en desbaratar estereotipos en Petróleo, de las chicas Piel de Lava, operación de distancia que en Un tiro cada uno no tiene nunca el alivio del humor. Ni bigotes ni barbas, nada donde refugiarse, ni una pirueta grotesca, ni un átomo de complicidad.
Cuando se cambian las remeras, tampoco hay simulacro porque el género -que quede claro- no depende de los atributos sexuales. La acumulación de frases machistas, la violencia verbal abyecta contra las mujeres, pero también entre ellos mismos, impide el acercamiento y, por lo tanto, desactiva cualquier atisbo de explicación del orden ¿y por qué la mataron? ¿Qué les pasó? ¿Habrá sido por algo? No es cuestión de errores ni de excesos, sino de una matriz de poder que engendra femicidios.
La voz de Rocío aparece a través del cuaderno o diario íntimo que recupera su humanidad negada. Cada una de las actrices, en distintos momentos, se acerca al micrófono a leer estos relatos -con fechas inmediatamente anteriores a la violación y asesinato- que dejan entrever a la chica de 16 años que intenta desentrañar el interior de los vínculos, dónde se guardan los sueños, el nido secreto de la esperanza. El desgarrador contraste entre ambos mundos también es narrado por la iluminación: impúdicas luces blancas, recortes íntimos, penumbras que anticipan lo peor. Aunque el final no tiene sorpresas, se siente la angustia. Aunque Rocío no esté encarnada, su ausencia es un grito. Cuando aparece en escena, sus respuestas se escuchan a través de las tres actrices que al unísono contestan por ella. Y por todas.
Porque las que ya no están no pueden explicar cómo fue. De la Mata, Iturraspe y Sbdar se hacen cargo de ese vacío con el demoledor artificio de poner por delante el lenguaje del victimario para dejarlo desnudo, visible, irrespirable. El cuerpo de Rocío habla desde donde fue desechado. “Soy un peso en una bolsa, no tengo palabras, no tengo referencia… Me comió la bolsa, me comió la noche”, dice, como tantas otras mujeres y niñas tiradas a la basura, arrojadas al olvido, envueltas en silencio. Ellas, las actrices autoras, enumeran los lugares adonde los cuerpos de innumerables femicidios de los que tenemos noticias fueron encontrados. Ya era tarde. El último gesto es hacia el público, al que le reparten una hoja con el texto de la escena final, la que se hace o se destruye entre todos.
Crítica de Un Tiro Cada Uno por Alejandra Varela publicada en el diario Página/12 de Argentina. Obra de teatro de grupo CABEZA integrado por Mariana de la Mata, Consuelo Iturraspe y Laura Sdbar.
Asumir la voz del macho es el juego dramático que aquí se propone. Para hacer del género una zona indeterminada las tres actrices le dan al cuerpo cierta saña. Escupen y se mueven como lo haría un pibe de barrio que desde su actitud está diciendo que nada le importa. Entrenan para el partido de básquet y miran a Rocío, la chica perdida en la palabra que los tres usan para cerrar en ella un comportamiento.
Pero en algún momento de la obra las tres actrices leerán el diario de Rocío y allí, sin una voluntad de actuación, solo con el registro de una lectura que aparece como testimonio, también serán ella. El cuerpo es en Un tiro cada uno, el territorio por donde los personajes pasan sin quedarse de manera definitiva.
Hay un cuerpo que nunca aparece pero que se nombra todo el tiempo. A Rocío la matan también con la palabra. De algún modo la borran, ella desaparece. Para violarla y asesinarla primero tuvieron que suprimirla, meterla en la serie. La dramaturgia que desarrolla el grupo Cabeza es etnográfica. Laura Sbdar, Mariana De la Mata y Consuelo Iturraspe investigaron los diferentes casos de femicidios y buscaron contar el drama desde la mano ejecutora del macho.
Si los textos de Sbdar tienen algo del fraseo de Leónidas Lamborghini, aquí, en la escritura, dirección y actuación que las tres componen como una colectiva en escena, hay algo de la concepción que Lamborghini ensayaba sobre la parodia. El poeta decía que el gesto de la parodia implicaba apropiarse de aquello que se buscaba cuestionar para provocar hacia el interior del discurso una distorsión que señalara sus contradicciones.
No se trataba de establecer una crítica distante, como si el artista fuera un ser ajeno al objeto de su exposición. Entrar en la voz del otro exigía embarrarse, como hacen Ale, P y Nacho pero, por sobre todo, como obligan a hundirse a Rocío. Entrar en el cuerpo que asesina es una acción que duele.
La presencia de las tres actrices como mujeres enredadas en el derrumbe de ser estos hombres, no se conecta tanto con las contradicciones del macho asesino sino con una forma de debilidad que se resuelve eliminando a la chica que podría estar caliente, deseosa, interesada por alguno de ellos.
Es en el relato de la escena, en la acción que no se realiza ante los ojos del público, donde el cuerpo de Rocío es señalado como el lugar de la masacre. La actuación se convierte en la materia que examina el comportamiento de esos machos mientras se construyen desde la interpretación. El público puede observar los mecanismos a los que las actrices se someten para que estos pibes existan en la trama.
En los diálogos con los chicos que van a matarla, Rocío aparece en el coro que forman las tres voces. En Un tiro cada uno los personajes son de una pieza porque hay algo en la subjetividad que se ha destruido.
La acción que se desarrolla en la palabra (porque aquí se pone en práctica la noción de lo obsceno, entendida como lo que ocurre fuera de escena) es una decisión política donde los hechos son contados pero nunca mostrados. La lógica de la cabeza asesina es llevada a la instancia del lenguaje para intentar entender el camino que descubre en la palabra su preparación para el disparo.
En la falta de emoción que las actrices sostienen pero que queda como una herida en el público, se nota que la empatía no es la tonalidad política que sustenta la puesta en escena. La piedad y el temor aparecen disociadas, como dos experiencias posibles pero sin que una logre darle cierta calma a la otra. Es una dramaturgia de la inquietud que le permite experimentar a lxs espectadorxs algo parecido a la voz interna de aquellos que son capaces de concretar la muerte.
Un tiro cada uno – Página/12
Vigilante es el encuentro entre una escritura original y riesgosa y una actriz que sabe calzarse un personaje como si saliera a las calles del Bronx, orgullosa de su tonito hip hopero melancólico. Porque la angustia es como una base sobre la que Mariana de la Mata investiga toda la furia y la sensibilidad de esta mujer que tiene sueños locos derramados en una lengua que recuerda a Gabriela Cabezón Cámara, donde el idioma de lxs oprimidxs se mezcla con un desvarío poético que destella la conquista de un imaginario nuevo.
Mariana de la Mata tiene una rica experiencia como actriz. Entre sus últimos trabajos se destaca El box, de Ricardo Bartís, uno de sus maestros. La idea del ciclo es juntar a nuevos directores de teatro pero, casualmente, tanto Edul como Garay y De la Mata son también autores de las obras que presentarán. La fusión de esas dos figuras –dirección y dramaturgia– es muy común en esta época.
Mariana de la Mata reflexiona sobre la paternidad y la finitud del tiempo desde una ciudad balnearia de los años noventa.